Me soltaste la mano después de aquel mensaje
y desde entonces no he crecido y tengo miedo,
vivo sola para defenderme, y disimulo
perdiéndome en los detalles
que menos importan,
al son de canciones que me hablan.
Verás, he vuelto al lago de la disonancia,
ha cambiado de lugar
y parece un cuento de Grimm
con su príncipe rana.
Igual que aquella primavera - mismo ritual,
palabras degolladas en la garganta
y sentimientos ahorcados
por la reina Soberbia.
En mis labios siempre había un “por qué”
al que sabías dar respuesta;
contigo todo era más sencillo:
aprendí a encender fuegos en cuevas,
a respirar los cielos y las flores
y caminar a un palmo del suelo,
pero nos faltó hablar del amor,
del esfuerzo y de la incertidumbre,
porque cuando yo decía ven, veníais,
y cuando algo hacía bien, entonces me abrazabais.
Por eso no quiero que esto acabe nunca,
me mareo en las alturas
pero me piden que salte
a un lugar donde el fuego está congelado
y los recuerdos se borran del golpe.