Despierto, pero sigo durmiendo,
y sueño, por ejemplo, que vivo;
que voy al baño y me lavo la cara
y me cepillo los dientes
golpeados por un año confuso.
Es un domingo nublado de agosto
y yo me siento una nube
que se desliza y llora y nada y vuela.
Me aferro a esta silla para no caer
y me abrazo fuerte:
“te quiero, niña imperfecta y sensible,
el cielo hoy lloverá tus recuerdos tristes”.