“En fin” es una expresión versátil. La podemos utilizar para mostrar pena, enfado, melancolía, perplejidad, o como colofón de una carcajada. Esta locución puede incluso albergar todo este abanico de sentimientos a la vez. En ocasiones va acompañada de un suspiro o sirve para rellenar silencios incómodos en conversaciones tanto triviales como complejas. “En fin” también resume o aclara lo que acabamos de decir, y cierra historias que reclamaban a gritos un final necesario.
domingo, 21 de enero de 2018
martes, 16 de enero de 2018
Sobre lo mismo
Estoy
desnuda ante ti:
tu mirada desgastada me amordaza
y no me salen las palabras.
Desorientada, tiro piedras sobre mi propio tejado
tu mirada desgastada me amordaza
y no me salen las palabras.
Desorientada, tiro piedras sobre mi propio tejado
y huyo.
En mi
mochila de piel las guardo,
ordenadas y silenciosas,
¡ay!
pero me pesan, a mi pesar…
conque avanzo arrastrando mis pies
inútiles y torpes pilares de mármol,
atrapados bajo sesenta quilos de dudas
y de miedos.
y de miedos.
Da lo mismo, yo sonrío a mis ruinas
-como
si no pasara nada, pues nada pasa-
y en
delirios finjo que veo estrellas en el horizonte.
Hacia allí me dirijo
merodeando a pasitos cortos pero cautos,
merodeando a pasitos cortos pero cautos,
inspeccionando curiosa a los otros caminantes.
Cuando
nos cruzamos, giro mi cabeza
y
clavo en ellos mis ojos intrusos.
Resulta
que están tan perdidos como yo.
Pero,
¡¿qué estamos haciendo?!, entona el coro.
Una
sospecha evidente nos asalta:
Nacimos
para preguntar
y
exclamar
sin saber
nunca cuál es la respuesta
o la
consecuencia.
Es más:
la utopía
es solo una idea.
Es más:
la utopía
es solo una idea.
Mientras
tanto la tierra gira y yo desespero.
Los otros
viajeros me miran, nadie me ve, nadie me espera.
Me canso
de ser mujer y jamás quisiera ser hombre.
El lastre
de mi condición hace eco en mi cabeza,
me
oprime, me suprime,
pero
me deja volar a tu nido
con el anhelo de una cuna perdida,
y en el camino me creo pájaro sin dueño.
Solo de noche existo,
es a oscuras que mis aleteos
te doblegan
y
finges que sigues mi rastro
y que tocas mi sueño.
y que tocas mi sueño.
Pero pronto, siempre pronto, es mañana,
la hora de la verdad, del refugio de las ropas,
de tirar tus piedras sobre mi tejado
la hora de la verdad, del refugio de las ropas,
de tirar tus piedras sobre mi tejado
y huir.
Ahora bien,
resulta que estás tan perdido como yo,
conque vuelves distraído, a medio vestir
-como si no pasara nada, pues nada pasa-,
Ahora bien,
resulta que estás tan perdido como yo,
conque vuelves distraído, a medio vestir
-como si no pasara nada, pues nada pasa-,
y yo,
que me creí pájaro, te invisto de rey sol.
miércoles, 10 de enero de 2018
Los desilusos
Un destello momentáneo,
fugaz, una estrella
que recorre mi cuerpo
y brilla en tus ojos
que reflejan los míos.
No pido un deseo,
porque al fin he comprendido
-tú ya comprendiste-
que todo era ilusión.
fugaz, una estrella
que recorre mi cuerpo
y brilla en tus ojos
que reflejan los míos.
No pido un deseo,
porque al fin he comprendido
-tú ya comprendiste-
que todo era ilusión.
miércoles, 3 de enero de 2018
3 de enero de 2018
Te sentaste en el rincón de un pasillo que me recordaba de nuevo al de mis abuelos. Otra vez aquel aroma a
vetusto, al barrio de mi infancia. La puerta de la cocina había desaparecido; ahora solo
estabas tú en una silla de madera y mimbre. A tus pies yacía aquel conocido suelo negro, un abismo con
manchas blancas que parecían obra de Rorschach. “¿Y tú, qué
ves en ellas?”, podría haberte preguntado para descubrirte al fin. Pero eso
siempre lo pensé después. Mi tía, mi madre, primos, todos iban pasando en una algarabía
de voces y cuerpos en movimiento, como solían en aquellas reuniones que hoy
parecen parte de la vida de otro. Y tú me mirabas, había fuego en tus ojos y me
mirabas como yo ya no recordaba. Nunca vi en ellos más que deseo irracional. Nunca supe ver más
que lujuria en los ojos de los hombres curiosos. Y quizá, tal vez, era yo... Pero
entonces todo fue una playa, y tú te marchaste –remarchaste– con un niño cogido de tu mano. Conocía a aquel chiquillo,
aunque ahora no fuese el mismo de siempre. “Yo lo sabía y tú lo sabías”, me advirtió Andrea, y yo
lloraba, mientras tú te ibas alejando, lentamente, con aquel niño rubio entre tus brazos. Tuve el impulso acostumbrado de ir detrás de ti, pero me detuve, cambié de idea, así que escalé un
muro provisional deseando con todas mis fuerzas no caer al vacío. Al pisar la arena caliente
de Xeraco, me sentí de nuevo a salvo.
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