Doy tres pasos y,
a los pies del acantilado,
detengo mi rumbo otra vez:
nunca me gustó la idea
de morir.
El viento azota mi cabello
y el fracaso es una rosa
que ahoga mi aliento.
Tanta prisa en un mismo lugar:
la gente sigue hablando
y mi pelo vuela ebrio.
Si no me enseñaron
a creer,
si yo buscaba palabras
y solo encontraba
onomatopeyas.
Cada mañana, mi boca
se abre para protestar,
pero los balones caen
y mis brazos protectores
juegan a las tinieblas.