Recuerdo el goteo del reloj
que consolaba mis lágrimas
y mis gemidos volando
nerviosos por la habitación
como fantasmas asustados.
Recuerdo el sonido punzante
de algún aparato monótono
que llamaba mi atención
y me suplicaba que volviese.
Puse los pies en el suelo
y me tambaleé hasta mi amigo.
Recuerdo su abrazo derritiéndose
entre mis manos de hielo
y el silencio de octubre.
Ven, quiero contarte un secreto.
¿Adónde vamos?, estaba perdida.
No había luz y todo era tan real...
Pero podía escuchar el oleaje,
mi fiel compañero,
y algunos destellos me guiñaban.
Era el mar, la única verdad
y eran mis pasos en la arena
de aquella noche inesperada
de sustos, puertas y golpes,
pero también de esta playa,
llena de huellas que se borran
con el soplo de un amor limpio
y libre
por una mano que me agarra
y camina tranquila conmigo.