Es el día de tu abrazo final,
mi pena se enreda en tu melena
y mi torso respira la melodía
de tu instrumento de fuego.
Desde el jardín,
somos una sola materia.
En este abrazo pausado,
me elevo y me pierdo
en el resplandor dorado
de una lámpara de rejilla,
que exuda esperanza y pinta
tu nuevo hogar sin mí.
Me aferro a tu corazón, que arde
mientras mis pupilas divergentes
retratan la imagen de la muerte
entre el polvo y las plantas resecas.
Este póstumo, abrazo eterno
que resucita el otoño, días
con olor a rancio, y la primera
luz del desenlace.
Entretanto, un viento fatigado
sopla recuerdos reinventados
y la sospecha punzante
de no volver a rozar
tu rostro cansado que busca
un amor que ya no existe.
Retiro tu mechón
y me asomo a tus dos lunas
revelando su cara oculta.
Ojalá pudiera escalar tan alto,
por encima de mis nubes
y quedarme a vivir en ellas.