martes, 19 de junio de 2018

Había una luz que no pertenecía a aquel lugar y que lo impregnó todo de onirismo. Una luz reveladora que me regó de verdad. Ante mis ojos, me observaba la futilidad de esto que llamamos realidad. Aquella noche vi el mundo en su belleza, enorme, incontrolable e intangible, como un reloj a contrarreloj. No fue el Aleph, pero pude llegar a entender. Recordé que mi reloj de muñeca se había detenido días atrás, pero que aquello no impedía que la canción siguiese sonando. Un pequeño accidente, encadenado a otros actos diferentes a los que podrían haber acontecido si yo no fuese yo, ni los demás fuesen los demás. El tiempo no se puede detener, es algo que aprendimos de pequeños sin más dilación. No se conocía protesta histórica. Que por mucho que cierre los ojos, no me despierto. Que los segundos los cuentan agujas invisibles que se enredan en mi pelo, en los anillos de mis dedos, los zapatos, mi ropa interior. El miedo empieza por m de muerte, y sigue con i de incertidumbre. Me precipito atrozmente sobre ellos.