Mi
corazón es una niña; Alejandra o Alicia, la llaman. Es una dulce niña que juega
con sus muñecas. Las muñecas de Alejandra tienen la piel de porcelana llena de
grietas por los caprichos de su dueña. Resulta que a las muñecas de Alicia las tiran
por un pozo, o una madriguera, por el que empiezan a caer, y caen, y siguen cayendo… Entonces el
tiempo se ralentiza de tal manera que se acaba deteniendo; las manecillas de
los relojes que decoran las paredes marcan las nada en punto. Hasta que un
estruendo golpe avisa del final del desplome, y el tiempo se acelera de manera violenta, y la angustiada muñeca
hace lo que las señales le indican, y bebe, pierde el control y se hace
pequeña sin querer. Para volver a crecer, la
muñeca, llamémosla Caperucita, pide ayuda al lobo que la comerá, pero es
que la apariencia del lobo no es en absoluto feroz. Lo más increíble de esta historia en particular es que la
escribo yo, repetidamente, un títere movido por unos hilos que maneja un hombre sin rostro llamado Estocolmo.
Amablemente la niña saluda con la mano y su sonrisa a todo aquel que pasa y, cuando se van, se sorprende a sí
misma náufraga y solitaria, perdida de nuevo entre las aguas del Mediterráneo, rodeada de
muñecas destinadas a caer eternamente por el vacío.
viernes, 25 de agosto de 2017
domingo, 20 de agosto de 2017
Viaje a Ítaca
Lo
que te ocurre es que no sabes qué camino tomar para llegar a tu destino, que te
distraes con las flores y las nubes y te has vuelto miope. Yo ya no recuerdo
qué ruta escogí por aquel entonces; tenía los pies en la tierra, pero de algún
modo caminaba con la cabeza, metida en alguna jaula de pájaros. No hace mucho,
en un pintoresco pueblo de la provincia, sus gentes amables –absortas al ver a
una mujer caminando con una cabeza metida en una jaula de aves- me invitaron a
quedarme con ellas por una temporada. Dos días después miré el reloj y advertí
que habían transcurrido otoño, invierno, primavera y verano, y que yo seguía
descaminando por aquellas calles empedradas, no viendo más sol que el que
amanecía a veces por el mar este y se escondía al rato por la montaña oeste.
Ah, pero qué escena tan conmovedora era encontrarme con aquella luz cegadora.
No fue suficiente, no obstante, porque de pronto recordé que llevaba una pesada
mochila a mis espaldas, llena de recuerdos –piedras- de otros lugares que mis
pies jóvenes habían desandado. Tres tropiezos me bastaron para poner fin a esta
pausa sin moraleja. El día 325 emprendí mi marcha con las palabras de Belén
resonando en mi cabeza y la clara certeza de que había perdido mi tiempo y a mí
misma. A mi paso por el lago de la disonancia, me hice con un guijarro
cualquiera, lo guardé en la mochila envuelto en una ramita de trigo y un
atrapasueños, y tal que así seguí mi rumbo, con miedo pero segura, sabiéndome
algún día en mi querida Ítaca, ya sin idealizar, ya humilde y corriente, ya sin
expectativas delusorias.
martes, 8 de agosto de 2017
Desesperada
Desesperada, buscas respuestas
en el eco de tus preguntas,
y crees encontrar asilo entre flores
marchitas
o en los reflejos de las aguas
estancadas.
Las sombras de tu mirada
solo atraen más oscuridad.
Desesperada, ¿qué esperas?
Desesperada, olvídalo ya.
viernes, 4 de agosto de 2017
Atardecer
El
tiempo. Pasa. Lento. Sin ti.
Pero
soy feliz. En el atardecer desde un sillón del chiringuito, mientras suena esa
horrible música y Rocío me cuenta sus secretos. Y reímos, bebemos cerveza,
comemos frutos secos. Y algo tan ínfimo se convierte en dicha. No hace falta
que nos digamos lo a gusto que estamos juntas, como llevábamos tiempo sin
estarlo. Nuestras diferencias se disipan, nos entendemos, nos comunicamos, nos
desahogamos, nos apoyamos, y damos pequeños gritos a la vida, rompemos con la
moralidad del bien y del mal, de lo correcto y lo incorrecto, y ahora más que
nunca, quizá porque es verano y calor y vacaciones y cierta libertad, nos alzamos en
pro de la vida, de equivocarnos para sentir que vivimos, de ser conscientes de
nuestro error pero sabernos felices en él, porque al fin y al cabo es
experiencia y emociones.
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