Un nuevo final ata un nudo marinero
al cuello de mi estómago,
inundado de flashes cribados
que desorientan al capitán.
Los cirios están apagados, consumidos
por tu soplo y mis berridos.
Con las prisas olvidé nombres y fechas
y te inventé distinta,
una playa donde fui feliz, no fui feliz,
de la que me estoy alejando sin querer,
a la que vuelvo buscando fantasmas
que se reflejan en el agua,
junto a los peces agonizados.
Respiro,
soy consciente de que respiro,
y de que las gaviotas tienen las alas rotas
porque un flechazo las hirió
una mañana de domingo,
cuando al fin descansas
y entiendes el tedio
y el miedo.
Me abrazan en cada interludio
entre el ayer y el mañana,
y con los ojos vendados
me dirigen a una sala
donde celebran mis años,
donde el eco es un gato que huyó
hacia la montaña
y me visita por las noches.