Silencio en la casa, el mar ruge
y la luna de febrero apaga mi luz.
Queda una llama en mí que no calienta
y mi cabeza triste se sueña
cortando carne cruda y fétida.
Mi madre me habla, ¿qué dice?,
me advierte:
hay espíritus en el hogar
que entran de estampida
y pisotean mi cama
en órbitas incesantes.
¡Parad!, ordeno a las sombras,
que como hijas obedientes
vuelven a mi centro.