martes, 29 de septiembre de 2020

Es el día de tu abrazo final, 

mi pena se enreda en tu melena

y mi torso respira la melodía

de tu instrumento de fuego.

Desde el jardín,

somos una sola materia.

 

En este abrazo pausado,

me elevo y me pierdo

en el resplandor dorado

de una lámpara de rejilla,

que exuda esperanza y pinta 

tu nuevo hogar sin mí.

 

Me aferro a tu corazón, que arde 

mientras mis pupilas divergentes

retratan la imagen de la muerte

entre el polvo y las plantas resecas.

 

Este póstumo, abrazo eterno

que resucita el otoño, días 

con olor a rancio, y la primera 

luz del desenlace.

 

Entretanto, un viento fatigado

sopla recuerdos reinventados

y la sospecha punzante

de no volver a rozar

tu rostro cansado que busca

un amor que ya no existe.

 

Retiro tu mechón 

y me asomo a tus dos lunas

revelando su cara oculta.

Ojalá pudiera escalar tan alto, 

por encima de mis nubes

y quedarme a vivir en ellas.

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