Mis piernas chorrean ríos de agua amarga
y yo las abrazo sintiéndome una princesa
que duerme sobre una nube
cada vez más corpórea
en la que estoy aprendiendo a vivir.
Me aferro a ellas para no olvidar
que sigo en esta playa, dentro de mí
y que esto no es un sueño.
Bajo la droga del miedo
el vértigo oprime mi cabeza
y como una fuente,
emano un grito de auxilio.
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