martes, 6 de marzo de 2018

Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Julio Cortázar, "Historias de Cronopios y de Famas".


Reflexión:

Las gotas aplastadas de Cortázar son gotas que se han rendido, que han sucumbido, que tras un lapso de incertidumbre o lucha o juego –vaya usted a saber– caen empujadas por esa gravedad esclava que nos somete a todos. Todos estos verbos que he utilizado reflejan la idea de fracaso, pues hemos aprendido que caer duele, es propio de débiles, mas no lo podemos evitar, y para colmo lloramos o nos sentimos indefensos, incapaces de recuperarnos y volver a las andadas -fíjese en el paralelismo con una enfermedad-. El aplastamiento de las gotas parece su sentencia de muerte, un final injusto y trágico. Dios o destino. Somos tan egocéntricos que sentimos pena porque nos creemos gota aplastada, pero solo las vemos desde fuera, en nuestra ventana, puro teatro, melancólicos, distantes, y para qué profundizar, yo me quedo aquí con mi verdad, nos decimos.

lunes, 12 de febrero de 2018

Arriba

Fin de la obra y yo aplaudo por convenio a este silencio y su eco infinito. Pretendo que la magia quede contenida y, ajena a nosotros, no se consuma por el capitalismo.

Sin el desgaste de lo común, lo hastíamente real, lo finito sin remedio. Si lo adquiero se destruye. Dejémoslo pues así, allá en lo alto. Es una nube blanca y se mueve a gran velocidad con ayuda del viento. Y el tiempo.


El rumor se aleja intacto, es una ilusión pulida por la nostalgia, un pasado que nunca pierde su brillo. Es un ser que sobrevive a una criba interesada, en continua evolución, ciclos y flechas, así de apasionante.

Yo estoy allí y me siento extranjera de mi vida.



miércoles, 7 de febrero de 2018

Disimulando

Te estás quedando atrás… Y sigues quieto.
Se me ocurre que eres un océano en calma y que esta película comienza con una playa.
En el centro del plano, tu silueta, de espaldas, junto a una sombra que tiene la forma de mi cuerpo. Se va atenuando.
Por la noche, cuando te veo sin que estés, cuando la ciudad se apaga y tú vuelves a ser un niño.
Me abrazabas. Sí, de pequeño me abrazabas. Cuando sueñas con pájaros y te ocultas entre las plumas y finges volar.
Pero te rodean solemnes barreras forradas de piel.
Y yo sé la verdad, pero sigo disimulando.
Que no te quiero, que no te… necesito.
Ah. Ya lo dije.
Mi verdad ha salido a la luz -¿hasta qué punto es real?-.
Y entonces, la escena final:

Todos, alrededor de una mesa, brindando por la libertad.

domingo, 21 de enero de 2018

Sobre los usos de la locución adverbial "en fin"

“En fin” es una expresión versátil. La podemos utilizar para mostrar pena, enfado, melancolía, perplejidad, o como colofón de una carcajada. Esta locución puede incluso albergar todo este abanico de sentimientos a la vez. En ocasiones va acompañada de un suspiro o sirve para rellenar silencios incómodos en conversaciones tanto triviales como complejas. “En fin” también resume o aclara lo que acabamos de decir, y cierra historias que reclamaban a gritos un final necesario. 

martes, 16 de enero de 2018

Sobre lo mismo

Estoy desnuda ante ti:
tu mirada desgastada me amordaza
y no me salen las palabras.
Desorientada, tiro piedras sobre mi propio tejado
y huyo.
En mi mochila de piel las guardo,
ordenadas y silenciosas,
¡ay! pero me pesan, a mi pesar…
conque avanzo arrastrando mis pies
inútiles y torpes pilares de mármol,
atrapados bajo sesenta quilos de dudas
y de miedos.
Da lo mismo, yo sonrío a mis ruinas
-como si no pasara nada, pues nada pasa-
y en delirios finjo que veo estrellas en el horizonte.

Hacia allí me dirijo
merodeando a pasitos cortos pero cautos,
inspeccionando curiosa a los otros caminantes.
Cuando nos cruzamos, giro mi cabeza
y clavo en ellos mis ojos intrusos.
Resulta que están tan perdidos como yo.
Pero, ¡¿qué estamos haciendo?!, entona el coro.
Una sospecha evidente nos asalta:
Nacimos para preguntar
y exclamar
sin saber nunca cuál es la respuesta
o la consecuencia.
Es más:
la utopía
es solo una idea.

Mientras tanto la tierra gira y yo desespero.
Los otros viajeros me miran, nadie me ve, nadie me espera.
Me canso de ser mujer y jamás quisiera ser hombre.
El lastre de mi condición hace eco en mi cabeza,
me oprime, me suprime,
pero me deja volar a tu nido
con el anhelo de una cuna perdida,
y en el camino me creo pájaro sin dueño.

Solo de noche existo,
es a oscuras que mis aleteos te doblegan
y finges que sigues mi rastro
y que tocas mi sueño.
Pero pronto, siempre pronto, es mañana,
la hora de la verdad, del refugio de las ropas,
de tirar tus piedras sobre mi tejado
y huir.
Ahora bien,
resulta que estás tan perdido como yo,
conque vuelves distraído, a medio vestir
-como si no pasara nada, pues nada pasa-,

y yo, que me creí pájaro, te invisto de rey sol.