Esperanza me visita
tras su vuelta por las estrellas.
Ha llegado a esta casa
como un regalo de otoño,
áspero y pisoteado;
ha llegado para marchitarse,
una rosa en el día de los difuntos
aceptando su destino.
Esperanza me visita
tras su vuelta por las estrellas.
Ha llegado a esta casa
como un regalo de otoño,
áspero y pisoteado;
ha llegado para marchitarse,
una rosa en el día de los difuntos
aceptando su destino.
Pensando entre mis dedos
descubro el error de inventarte
enredando hilos fatídicos
que mi sinrazón desenvuelve.
Así, solo quizá,
duermo más tranquila.
Sin embargo,
¿tú también las oyes?,
el rumor de unas mariposas
en mi pecho cada viernes.
Tanta luz en sus retinas:
abro la boca y vuelan
envolviendo a quien las llama.
Sin embargo,
mira cómo se esconden
cada martes para recordar,
es decir,
recrear,
morir,
una vez ya no las miran.
El verano está entrando en mi hogar,
y los rostros de los cientos de corazones
que palpitan entre mis brazos
cierran los ojos al sol que más calienta.
La piel arde, y yo la sumerjo
en recuerdos cada vez más azules;
allí el invierno sonríe alegre
y me acompaña envuelto
en una paz absoluta.
Deseo, deseo…
¿Qué deseas?
Empieza por la letra…
He cruzado el umbral
y he lanzado el cordón
al cerrar la puerta.
Me refugio ahora en un futuro
que brilla a través de la mirilla
e ilumina esta ciudad extraña;
me refugio en los actos,
sin excusas,
y miro de frente a mi amor joven
que respira torpe por sus grietas.
Ya no tiemblan mis ojos
y mis uñas crecen veloces.
Una flor amarilla nace de mi espalda,
una voz canturrea, unos pies caminan:
soy yo,
dulce y poderosa primavera.
Me soltaste la mano después de aquel mensaje
y desde entonces no he crecido y tengo miedo,
vivo sola para defenderme, y disimulo
perdiéndome en los detalles
que menos importan,
al son de canciones que me hablan.
Verás, he vuelto al lago de la disonancia,
ha cambiado de lugar
y parece un cuento de Grimm
con su príncipe rana.
Igual que aquella primavera - mismo ritual,
palabras degolladas en la garganta
y sentimientos ahorcados
por la reina Soberbia.
En mis labios siempre había un “por qué”
al que sabías dar respuesta;
contigo todo era más sencillo:
aprendí a encender fuegos en cuevas,
a respirar los cielos y las flores
y caminar a un palmo del suelo,
pero nos faltó hablar del amor,
del esfuerzo y de la incertidumbre,
porque cuando yo decía ven, veníais,
y cuando algo hacía bien, entonces me abrazabais.
Por eso no quiero que esto acabe nunca,
me mareo en las alturas
pero me piden que salte
a un lugar donde el fuego está congelado
y los recuerdos se borran del golpe.
Ahogados en los márgenes del drama,
queriendo y no sabiendo actuar:
llueve la misma canción por octava vez,
un ave saluda entre las nubes
y la primavera se marchita.
Ya no quedan pétalos que deshojar.
Ahora me giro y te veo;
rozo la ribera con cautela
y te salpico,
pero no parece molestarte.
Conque aquí seguimos,
cayendo sobre mi tiempo y la paciencia,
entre pájaros, peces, aviones y coches
que me adelantan
y llegan a su hora.
¿Vuelvo a soñar?, pero no duermo.
Tantas vueltas a esta manzana
y no puedo dejar de morderla.
Mi corazón se cierra
y mis ojos laten.
He vuelto a pisar la arena
y las olas han roto
con el ruido
de mi vacío.
Ahora el sueño es liviano
y el tempo se acelera:
he vuelto a bailar;
colores, mejillas,
ligero caminar.
Las mariposas se enredan
entre mis piernas,
que tiemblan
cuando recuerdan
el santo día.
Que aunque llueva,
el mar aguarda
y sus halagos
me abrazan.
¿Qué importa ya lo demás?
Ni mis párpados nerviosos,
ni un futuro incierto.
Que has venido,
y en esta playa
el sol ha lucido
más que nunca.