martes, 27 de marzo de 2018

Palabras

—Te diré algo importante… –indicó la niña.
Pero nunca pudo llegar a hacerlo. La niña se quedó muda de verdad.


Fue una noche mientras dormía, seis años después, que Martina recuperó el habla. Tuvo un sueño en el que recobraba la voz mientras huía de un asesino sin rostro. Como una premonición o un recuerdo de algo que nunca había ocurrido, soñó que al fin pronunciaba aquellas palabras que sobrevivían en su cabeza como un eco lejano. Pero entonces su interlocutor ya se había marchado, el tiempo había cambiado –¡ya era verano otra vez!-, aquel perrito inquieto se había cansado de ladrar, en el balcón hacía un calor insoportable, el bar de la esquina había bajado sus persianas tras la muerte del propietario, y la niña hacía tiempo que había dejado de ser una niña. Habiéndolo creído todo igual, Martina se dio cuenta de la cantidad de hechos fútiles que habían cambiado el escenario tras aquel silencio cautivo. Aquellas palabras nunca llegarían a vivir, quedarían sobrenadando la nada. Vacías de sonido, desnudas de sentido y defensa, su propia dueña muy pronto las olvidaría.

jueves, 15 de marzo de 2018

El río y el arrebol

La sospecha demente de que el río arrastre tu nombre, esa paz agonizante del agua evaporada. Y de que el arrebol me hable siempre de ti, el mismo que teñía el crepúsculo de aquella primavera nuestra, cuando despeinada me asomaba a tu balcón y las nubes de coral me descubrían deseando que fuesen las siete para siempre.

miércoles, 14 de marzo de 2018

El día que murió Hawking

¡La muerte, la muerte, la muerte!
repetía desesperada
y no encontraba calma en su alma
no había quien la pudiera apaciguar
porque el amor esa palabra vacía
era otro hueco la oscuridad una caída
y los agujeros la asustaban
el principio su final y la nada
así eran sus miedos 
redondos y cíclicos
como la tierra
como esa estrella
como esta vida

dichosa vida.

jueves, 8 de marzo de 2018

La paradoja de la ausencia presente


Es conocido entre las muchachas que las noches son para pensar. Si, perdida en tus ensoñaciones, ocurre que sientes una ausencia muy cerca de ti, preocúpate. Te contaré un secreto que pocas sabemos y muchos conocen: las ausencias no existen. Tampoco debe cundir el pánico, no permitas jamás que ausencia y miedo coincidan en un mismo lapso. Destápate lentamente –seguramente sea invierno–, dirígete a la cocina, bébete un vaso de agua tibia… glup, trágate la verdad de los fuertes, o de los que lo aparentan ser (con esto bastaría).

Yo fui de las afortunadas, a mí me enseñaron a no creer en ideas. ¿Sabes?, hay que ser práctica. Una ausencia es invisible, ni siquiera un objeto inanimado se digna a ser llamado así ("Soy tangible por ti, ergo existo", sería su argumento). La ilusión de estocolmo esculpió para ti ausencias con forma de rostros divinos, y ahora que todo ha cambiado, las casas, la distancia en pasos, los relojes locos, ahora te toca salir a luchar contra alucinaciones medievales preconcebidas. Qué lastre, ese realismo tan confuso. Pobres de vosotras, pobres condenadas, pequeñas Chillidas artistas del vacío y el silencio.

martes, 6 de marzo de 2018

Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.

Julio Cortázar, "Historias de Cronopios y de Famas".


Reflexión:

Las gotas aplastadas de Cortázar son gotas que se han rendido, que han sucumbido, que tras un lapso de incertidumbre o lucha o juego –vaya usted a saber– caen empujadas por esa gravedad esclava que nos somete a todos. Todos estos verbos que he utilizado reflejan la idea de fracaso, pues hemos aprendido que caer duele, es propio de débiles, mas no lo podemos evitar, y para colmo lloramos o nos sentimos indefensos, incapaces de recuperarnos y volver a las andadas -fíjese en el paralelismo con una enfermedad-. El aplastamiento de las gotas parece su sentencia de muerte, un final injusto y trágico. Dios o destino. Somos tan egocéntricos que sentimos pena porque nos creemos gota aplastada, pero solo las vemos desde fuera, en nuestra ventana, puro teatro, melancólicos, distantes, y para qué profundizar, yo me quedo aquí con mi verdad, nos decimos.