La sospecha demente de que el río arrastre tu nombre, esa paz agonizante del agua evaporada. Y de que el arrebol me hable siempre de ti, el mismo que teñía el crepúsculo de aquella primavera nuestra, cuando despeinada me asomaba a tu balcón y las nubes de coral me descubrían deseando que fuesen las siete para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario