Valencia vive bajo el cielo más nublado de mi historia:
Su filtro gris se cuela por nuestras gargantas y hacemos su digestión.
Las flores han perdido su fuerza
y nosotros caminamos encorvados,
cediendo a la gravedad
y a nuestra insalvable apatía.
Hay una voz dentro de mí que ruge feroz
como el mar en borrasca,
pero se queda callada en la orilla.
Mis pensamientos nadan en su caja
y luchan por abrir mis párpados
que tiemblan nerviosos.
Mi cuerpo,
pausado,
se encoge en un pareo
descolorido
y se protege del frío
del sol.
Los colores del invierno se quedaron a dormir en este sitio
y en la primera luz del alba la piel se me erizó de miedo.
Hace tiempo que tengo frío
y nada consigue abrigarme.
Miro tu pelo, que me saluda al viento
y acaricia mi rostro acartonado.
Relajo los nervios, sonrío al tacto,
y el deseo despierta en mí voces hibernadas
que aplauden la llegada del otoño.
La esperanza se recompone
y camina sobre las hojas caídas
que rugen cuando pasamos.
No nos importa el ruido de fuera,
escuchamos nuestros corazones nudos
que se aceleran con la cercanía,
y entrelazamos nuestras manos,
yo tan fría y tú bien cálida,
sopesando la armonía como arte.
Miro tu pelo templado
y te quiero cada día más
-Mi tándem, mi amiga, mi amante-.
Recuerdo el goteo del reloj
que consolaba mis lágrimas
y mis gemidos volando
nerviosos por la habitación
como fantasmas asustados.
Recuerdo el sonido punzante
de algún aparato monótono
que llamaba mi atención
y me suplicaba que volviese.
Puse los pies en el suelo
y me tambaleé hasta mi amigo.
Recuerdo su abrazo derritiéndose
entre mis manos de hielo
y el silencio de octubre.
Ven, quiero contarte un secreto.
¿Adónde vamos?, estaba perdida.
No había luz y todo era tan real...
Pero podía escuchar el oleaje,
mi fiel compañero,
y algunos destellos me guiñaban.
Era el mar, la única verdad
y eran mis pasos en la arena
de aquella noche inesperada
de sustos, puertas y golpes,
pero también de esta playa,
llena de huellas que se borran
con el soplo de un amor limpio
y libre
por una mano que me agarra
y camina tranquila conmigo.
Es el día de tu abrazo final,
mi pena se enreda en tu melena
y mi torso respira la melodía
de tu instrumento de fuego.
Desde el jardín,
somos una sola materia.
En este abrazo pausado,
me elevo y me pierdo
en el resplandor dorado
de una lámpara de rejilla,
que exuda esperanza y pinta
tu nuevo hogar sin mí.
Me aferro a tu corazón, que arde
mientras mis pupilas divergentes
retratan la imagen de la muerte
entre el polvo y las plantas resecas.
Este póstumo, abrazo eterno
que resucita el otoño, días
con olor a rancio, y la primera
luz del desenlace.
Entretanto, un viento fatigado
sopla recuerdos reinventados
y la sospecha punzante
de no volver a rozar
tu rostro cansado que busca
un amor que ya no existe.
Retiro tu mechón
y me asomo a tus dos lunas
revelando su cara oculta.
Ojalá pudiera escalar tan alto,
por encima de mis nubes
y quedarme a vivir en ellas.
La mañana:
El reclamo de las alondras
levantando las dunas del tiempo
y el rumor de unas máquinas
tapando los últimos días de verano
con la arena de nuestro reloj.
La noche es un eco en la montaña
y te venera con su mirada difusa.
Así tu rubor se torna fuego
y me impulsa a cada paso,
acompasado por el redoble
de tazas y cucharas
que pregonan un nuevo día.
Si me miras de mañana,
ahuyentas las sombras
que estiran y tensan
el frágil temblor
de mis pensamientos.
Parece todo tan sincero,
que por un momento soy feliz.
Mis piernas chorrean ríos de agua amarga
y yo las abrazo sintiéndome una princesa
que duerme sobre una nube
cada vez más corpórea
en la que estoy aprendiendo a vivir.
Me aferro a ellas para no olvidar
que sigo en esta playa, dentro de mí
y que esto no es un sueño.
Bajo la droga del miedo
el vértigo oprime mi cabeza
y como una fuente,
emano un grito de auxilio.