… Como cuando caminábamos de la mano por las calles de
Valencia o de Gandia y nos creíamos tan fuertes. Y a veces nos acompañaba Noah,
tirándonos de la correa y haciéndonos unas infelices llenas de frustración.
Pero no nos importaba, o fingíamos que aquello era normal, porque al fin y
al cabo estábamos cogidas de la mano, y entonces nada más nos importaba. Qué
orgullosa decías estar de mi compañía. Cómo presumías ante las miradas de
conocidos y curiosos, con la cabeza alta y la mirada al frente, y en ocasiones
te girabas y me observabas varios segundos con los ojos brillantes, y ese mero intercambio de
miradas era el amor. No sé si te lo dije alguna vez, pero aquellos instantes
se colaban dentro de mi pecho, revoloteaban por todo mi cuerpo, y luego salían en cada suspiro que exhalaba. Y no sé si tú lo notabas, pero juraría que después se dirigían a ti y repetían la misma acción: se colaban en tu pecho, revoloteaban por todo tu cuerpo, y toda aquella energía repartida de algún modo nos unía todavía más. Luego dejamos de lado aquellas chispas de ilusiones
vanidosas y nos convertimos en dos enemigas, que se cogían por costumbre de unas
manos llenas de clavos, que ardían, y quemaban, y herían, pero no nos importaba, o fingíamos que aquello era normal. Poco a poco fuimos disolviéndonos en ceniza, hasta que caprichoso el viento nos sopló y nos esparció. A mí hacia el norte y a ti hacia su este.
No hay comentarios:
Publicar un comentario