jueves, 26 de mayo de 2016

Eduardo Galeano - La canción de nosotros

"(...) -No entiendo por qué volviste.

 Y retira la mano. La mano de Mariano queda sola sobre la mesa, con la palma vuelta hacia arriba. Tiene la línea de la vida larga pero muy tajeada.
 -No entiendo. Me habías dicho: "No nos vamos a ver más. Somos libres". Yo me quedé muda mirándote la espalda y te perdiste en la esquina de la estación. ¿Qué esperabas? ¿Que te corriera atrás? ¿Que te llamara a gritos? ¿Para qué quería yo esa libertad que me regalabas? ¿Para qué la quería?
(Mariano escuchaba los ecos de sus propios pasos y llevaba la cabeza vacía por dolorosa victoria de la voluntad, pero al llegar a la estación del ferrocarril se le metió por los oídos el estrépito de la máquina aproximándose, y entonces supo que desde ahora le harían falta los navegantes misteriosos que tan a menudo se perdían, por puro gusto, en los desfiladeros de niebla de la memoria o la imaginación de esta muchacha. Trepó por los peldaños de fierro y supo que ella sería, desde ahora, una nuca entrevista en la muchedumbre o un perfil que se escapa, una voz adivinada entre otras voces. Que él se daría vuelta bruscamente y echaría a correr y tomaría a una mujer por el brazo: que se equivocaría siempre. Entró al vagón de pasajeros y se sentó en uno de los viejos asientos de paja de la época de los ingleses y supo que ella persistiría: escuchó el traqueteo de las ruedas sobre los rieles y supo que ella persistiría, persistirá: en verano, en los túneles de hojas, convertida en un sanantonio que te camina por el brazo, o en las noches de julio, llenando una silla vacía en la complicidad humosa de los cafés. Llegó a destino y se bajó, mareado, y seguía sabiendo que ella continuaría oliendo a sí misma en su memoria, deambulando desnuda por la región nochera de sus sueños: que ella sería, que será, una cicatriz que a veces hace cosquillas y a veces late y a veces arde y a veces duele. Y sintió la necesidad de volver y por lo menos decir: "Nunca nada". Por lo menos decir: "Como esto, nunca nada". Y no volvió.)

  - Clara.

  - Sí.

 (...)"

domingo, 8 de mayo de 2016

Sobre el eco


Me encanta la palabra eco. Eco fue un gato que formó parte de mis días, y de mis noches. Eco es un sonido repetido. Eco es alguien servil y dependiente. Un eco-logista. Un eco es un recuerdo constante en nuestra memoria, un tambor, una idea que se rumorea, las ondas del agua.

Cuando tu mirada chocó con la mía


Ayer te vi. Tú me viste. Y ni el mundo ni tú os parasteis a salvarme. Tú sorprendida y yo corazón en la garganta. Qué encuentro tan inesperado, ¿verdad? Yo te buscaba, ciertamente. Buscaba aquello que no ocurrió, que nunca ocurrirá. Nuestras manos no volverán a entrelazarse nunca porque las tienes pringadas de mierda. ¿Sabes que moriremos sin volver a hacerlo? Y ni siquiera parece importarte. En cuanto a mí, si en otro tiempo hubiese ensuciado hasta mis ojos por ti, ahora entiendo que mi vida es la gente que está, la que me deja ver, no la que se va o la que me pinta lágrimas de dolor, o la cobarde, la que no afronta. Esas personas me apenan. Y no me haré la fuerte ni fingiré que no lloré cuando nuestras miradas se cruzaron. Tampoco negaré que me ahogué por unos minutos, garganta pequeña y respiración entrecortada, y que tuve que parar el coche en seco para recobrar la calma. Mi mundo se vino abajo ante la idea tan terrible de no ser juntas nunca más. Como un día soñamos, como yo creí. Fui a casa de Andrea para volver en mí. Al vernos nos abrazamos y sentí que la vida irrumpía de nuevo.

"Cuando tu mirada chocó con la mía y el tiempo no supo si seguir avanzando o colapsar", Jaime Sabines.

jueves, 5 de mayo de 2016

Versos

Sí, hoy puedo recordar
cómo esos cielos de abril
no dejaban de sonar
dentro de mi habitación.

Es difícil descubrir
que aquel soy yo.

Hace ya tanto tiempo,
casi cien años.


McEnroe

miércoles, 4 de mayo de 2016

Un día


Hoy amanecí contigo, aunque al correr las persianas no te vi a mi lado. Eran las 7 de la mañana de principios de mayo, y llevaba meses sin desvelarme tan temprano después de soñarte entre mis dedos. Se cumplen tres meses de tu abandono y 27 años de tu nacimiento, y lo cierto es que no recaí en ello hasta varias horas después, en la sala de espera del médico, mientras leía Rayuela y mis brazos estaban llenos de pinchazos de alergia. Estos no eran los tuyos, aquellos desaparecieron poco a poco con la brisa marina y el sol de Valencia. También con ginebras y tónicas en noches borrosas que desviví porque apenas recuerdo. Ah, pero he sido feliz todo este tiempo. Llorarte o soñarte no me hace más desgraciada, solo un poco sentimental y nostálgica a veces. Al menos yo tengo esa virtud, o defecto. Un corazón dolido es un corazón fuerte y ávido, y el mío al romperse no quedó enfermo ni hecho jirones, sino que se volvió más rojo que nunca. Eran tus clavos los que le hacían daño. Servían para taponar los agujeros, decías. Yo te creía, o quería creerte, pero lo cierto es que durante dos inviernos nadie lo escuchó latir. 
Pues andaba yo pensando en ti todo el día, en cada palabra de Cortázar, en cada pinchazo de aguja, en cada paso izquierdo o derecho —con el zurdo siempre un poco más— hasta mi casa, en cada inspirar-expirar de mis pulmones. Era como vivir un largometraje. Lo vivía y no lo veía, porque yo lo sentía bien adentro, lo había aprehendido y era parte de mí. Luego tomé café, ese brebaje rutinario que siempre me sabe un poco a ti, quizá por tus ojos, o porque contiene sorbos de tu piel. Pero no pensaba ahora en ti, meditaba sobre aquello que te rodea, que un día fue casi tan mío como tuyo: amigos, familia, lugar. Ser contigo era ser con tu entorno, algo que tú nunca supiste hacer. También eso tuve que perderlo cuando tú te decidiste a borrarnos. Sí, con aquello me chafaste, como se chafa a un bicho por el que no se siente ninguna empatía. He visto cómo los matan sin pararse a pensar que son seres vivos y coleando. Pero resulta que los mosquitos también tienen corazón. 
Entonces pensé en Alejandra y, oh casualidad, vi que ella también había reparado en mí. En tan solo ese segundo de tiempo me puse a llorar. Lo juro, lloré como si me hubiesen arrancado de nuevo un pedazo de alma. Eran lágrimas de liberación, nacían de la necesidad de sentir una palmadita virtual de su mano sobre mi espalda. Después de eso decidí que al día siguiente iría con Andrea a la playa, que necesitaba de esa brisa marina para secar mi piel.