Ayer te vi. Tú me viste. Y ni el mundo ni tú os parasteis a
salvarme. Tú sorprendida y yo corazón en la garganta. Qué encuentro tan
inesperado, ¿verdad? Yo te buscaba, ciertamente. Buscaba aquello que no ocurrió,
que nunca ocurrirá. Nuestras manos no volverán a entrelazarse nunca porque las tienes
pringadas de mierda. ¿Sabes que moriremos sin volver a hacerlo? Y ni siquiera
parece importarte. En cuanto a mí, si en otro tiempo hubiese ensuciado hasta mis ojos por ti, ahora entiendo que mi vida es la gente que está, la que me deja ver, no la que se
va o la que me pinta lágrimas de dolor, o la cobarde, la que no afronta. Esas
personas me apenan. Y no me haré la fuerte ni fingiré que no lloré cuando
nuestras miradas se cruzaron. Tampoco negaré que me ahogué por unos minutos,
garganta pequeña y respiración entrecortada, y que tuve que parar el coche en
seco para recobrar la calma. Mi mundo se vino abajo ante la idea tan terrible
de no ser juntas nunca más. Como un día soñamos, como yo creí. Fui a casa de
Andrea para volver en mí. Al vernos nos abrazamos y sentí que la vida irrumpía de nuevo.
"Cuando tu mirada chocó con la mía y el tiempo no supo
si seguir avanzando o colapsar", Jaime Sabines.
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