lunes, 20 de noviembre de 2017

Oda al café

Al agente Cooper le encanta el café, como a mí. Anoche me dormí con ese pensamiento: el café es un elemento esencial en la historia. Dale no sería Dale sin su taza de café en la mano. Esta mañana, cuando empezaba a recobrar la consciencia de mi entorno, cuando la luz entraba tenue por mis retinas y el sonido externo se confundía con las voces de mis sueños, lo primero que escuché fue al obrero que estaba cambiando la caldera de nuestra casa preguntar a Moneeba: “Can I have a cup of coffee? I love coffee!”.

Ayer domingo, de camino a Chester, no pude más que tomarme mi taza de café gratis del Waitrose y me sentí como en uno de aquellos pocos instantes felices que me permití vivir en Londres. Solía haber café de por medio. 

Y el otro día, mientras me calentaba la leche para el café de media mañana, recordé los muchos brebajes de este tipo que tomé con ella. Tan rutinario, tan aburridamente repetitivo todo. Nos ahogábamos. Pero el café nos sostenía de algún modo. O quizá era que sujetábamos el asa y eso nos dejaba una sola mano libre para el ahorcamiento recíproco, simétrico, reflejo.

El café tiene algo de nostalgia entre sus granos y yo siempre he vivido de las nostalgias. Cuánta melancolía concentrada en el simple gesto de una cuchara removiendo el café.




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