domingo, 10 de septiembre de 2017

La violencia de las horas


La relojera escribe cuando hay tiempo y frío y no-lugar. Siempre mira el reloj y cuenta las horas para llegar, las horas para salir -todo bajo control, calculadora mental-, cuándo empieza la función, cuándo acaba el trabajo -que nada se le escape, que no la pillen por sorpresa-. Cuenta las horas para verlo, que siempre suman días, que siempre son más de siete -una semana, un cuarto de mes-. Cuenta el tiempo mientras el tiempo se cuenta a sí mismo en un tic-tac eterno, que se va acelerando, que corre veloz hasta que, paf, se detiene. Calla. Y entonces ella deja de pertenecer al tiempo. 
Vuela, pajarito azul, pajarito solitario, pajarito aprendiz. Ahora todo es silencio y calma concluyente.

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