La
relojera escribe cuando hay tiempo y frío y no-lugar. Siempre mira el reloj y cuenta
las horas para llegar, las horas para salir -todo bajo control, calculadora mental-, cuándo empieza la función, cuándo acaba
el trabajo -que nada se le escape, que no la pillen por sorpresa-. Cuenta las horas para verlo, que siempre suman días, que siempre son
más de siete -una semana, un cuarto de mes-. Cuenta el tiempo mientras el
tiempo se cuenta a sí mismo en un tic-tac eterno, que se va acelerando, que
corre veloz hasta que, paf, se detiene. Calla. Y entonces ella deja de pertenecer al
tiempo.
Vuela, pajarito azul, pajarito solitario, pajarito aprendiz. Ahora todo
es silencio y calma concluyente.
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