miércoles, 15 de febrero de 2017

Razón de amor - Pedro Salinas

Torpemente el amor busca. 
Vive en mí como una oscura 
fuerza extrañada. No tiene 
ojos que le satisfagan 
su ansia de ver. Los espera. 
Tantea a un lado y a otro: 
se tropieza con el cielo, 
con un papel, o con nada. 
Ni aire ni tierra ni agua 
le sirven para salir 
desde su mina a la vida, 
porque él ni vuela ni anda. 
Sólo quiere, quiere, quiere, 
y querer no es caminar, 
ni volar, con pies, con alas 
de otros seres. El amor 
sólo va hacia su destino 
con las alas y los pies 
que de su entraña le nazcan 
cada día, que jamás 
tocaron la tierra, el aire, 
y que no se usaron nunca 
en más vuelos ni jornadas 
que los de su oficio virgen. 
Y así mientras no le salgan, 
fuerzas de pluma en los hombros, 
nuevas plantas, 
está como masa oscura, 
en el fondo de su mar, 
esperando que le lleguen 
formas de vida a su ansia. 
Se acerca el mundo y le ofrece 
salidas, salidas vagas: 
una rosa, no le sirve. 
El amor no es una rosa. 
Un día azul; el amor 
no es tampoco una mañana. 
Le brinda sombras, espectros, 
que no se pueden asir, 
llenos de incorpóreas gracias; 
pero un querer, aunque venga 
de las sombras, 
es siempre lo que se abraza. 
Y por fin le trae un sueño, 
un sueño tan parecido 
que se siente todo trémulo 
de inminencia, al borde ya 
de la forma que esperaba. 


Que esperaba y que no es: 
porque un sueño sólo es sueño 
verdadero 
cuando en materia mortal 
se desensueña y se encarna. 
Y allá se vuelve el amor 
a su entraña, 
a trabajar sin cesar 
con la fe de que de él salga 
su mismo salir, la ansiada 
forma de vivirse, esa 
que no se puede encontrar 
sino a fuerza 
de esperar desesperado: 
a fuerza de tanto amarla. 

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