domingo, 24 de enero de 2016

Noches árticas

Me olvidé de quién era para convertirme en tu sombra. Como una presencia, te acompañé en cada plegaria, tratando de colarme en lo inalcanzable de cada ser, creyéndome bruja, creyéndome dueña. Lo que siempre defendí me puso contra las cuerdas, esas que medían la distancia entre tú y yo. El vacío fue abriéndose, y en él mis gritos se perdían en un eco infinito y hueco, un lugar tan árido que a cualquiera le hacía llorar. Los gritos no cesaban, y tú seguías allí quieta, al otro lado de la soga, suplicando que te dejara de una vez. Cogiste la cuerda y rodeaste mi blanco cuello. Me acusaste de loca, tantas veces que al final me lo creí.

Justo antes de morir te dije: “Algún día, mi amor, nos encontraremos en una canción de paz”.

domingo, 3 de enero de 2016

Londres

No hay luz en esta ciudad.
Una sacudida me estremece el pecho y sollozo.
Llora, Londres, llora, acompáñame en este baile, moja mis pestañas húmedas.
Sigue el compás de mi danza entre Céfiro y Argestes y déjame sentir contigo la libertad.
Quiero volar a contraviento, mojando mi cuerpo desnudo, sintiendo la vida en él.
Pues qué es la vida en este cuarto oscuro.
¿Qué hora es?, me pregunto entonces. El reloj está tan loco como yo.
Fijo mis ojos al techo y mi cuerpo se sostiene en la gravedad.
Ni despierta ni dormida.
El vacío me pesa y me hunde todavía más sobre esta cama húmeda.
Mi lluvia inunda la habitación y riega las cortinas que me separan del exterior.
Son azules, con hojas verdes, y de ellas crecen enredaderas.
Trepa, yedra, trepa, cubre la alambrada de este cuarto y enciérrame en mi jardín maldito.
¿Dónde están las flores?, me pregunto entonces. Es invierno en Londres.
Las hojas alfombran el suelo y gruñen a mi paso.
No puedo caminar ni volar.

Me sumerjo en un sueño profundo, y olvido lo bellas que son.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Yoísmo



La vida no era eso. Era energía, gravedad, ciclos. Los planetas girando. Un árbol. La caída de una piedra que produce ondas concéntricas en un riachuelo. La carcajada de un niño. Un abrazo firme. El ladrido de un perro. Momentos que duraban nada pero que lo eran todo. 
La vida era ellos, los que siempre habían estado, los que llegaban para quedarse, para enseñarnos pedazos de vida. Y también las lecciones que dejaban los que se marchaban para siempre. Los que quizá volverían. Pistas acerca de nuestros siguientes pasos. 
Mi vida… mi vida no eras tú. Mi vida era yo. 
Me levanté de la cama, descompuesta pero decidida. Me quité la rabia y el miedo y me puse la ropa. 
Era el momento de volver a vivir.