No hay luz en esta ciudad.
Una sacudida me estremece el pecho y sollozo.
Llora, Londres, llora, acompáñame en este baile, moja mis
pestañas húmedas.
Sigue el compás de mi
danza entre Céfiro y Argestes y déjame sentir contigo la libertad.
Quiero volar a contraviento, mojando mi cuerpo desnudo,
sintiendo la vida en él.
Pues qué es la vida en este cuarto oscuro.
¿Qué hora es?, me pregunto entonces. El reloj está tan loco como
yo.
Fijo mis ojos al techo y mi cuerpo se sostiene en la gravedad.
Ni despierta ni dormida.
El vacío me pesa y me hunde todavía más sobre esta cama
húmeda.
Mi lluvia inunda la habitación y riega las cortinas que
me separan del exterior.
Son azules, con hojas verdes, y de ellas crecen
enredaderas.
Trepa, yedra, trepa, cubre la alambrada de este cuarto y
enciérrame en mi jardín maldito.
¿Dónde están las flores?, me pregunto entonces. Es invierno en
Londres.
Las hojas alfombran el suelo y gruñen a mi paso.
No puedo caminar ni volar.
Me sumerjo en un sueño profundo, y olvido lo bellas que
son.
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