Había una luz que no pertenecía a aquel lugar y que lo impregnó todo de onirismo. Una luz reveladora que me regó de verdad. Ante mis ojos, me observaba la futilidad de esto que llamamos realidad. Aquella noche vi el mundo en su belleza, enorme, incontrolable e intangible, como un reloj a contrarreloj. No fue el Aleph, pero pude llegar a entender. Recordé que mi reloj de muñeca se había detenido días atrás, pero que aquello no impedía que la canción siguiese sonando. Un pequeño accidente, encadenado a otros actos diferentes a los que podrían haber acontecido si yo no fuese yo, ni los demás fuesen los demás. El tiempo no se puede detener, es algo que aprendimos de pequeños sin más dilación. No se conocía protesta histórica. Que por mucho que cierre los ojos, no me despierto. Que los segundos los cuentan agujas invisibles que se enredan en mi pelo, en los anillos de mis dedos, los zapatos, mi ropa interior. El miedo empieza por m de muerte, y sigue con i de incertidumbre. Me precipito atrozmente sobre ellos.
martes, 19 de junio de 2018
martes, 22 de mayo de 2018
Duele, ergo escribo
Si hay dolor,
entonces,
escribo.
Todo lo guardo en un bolso
con la cremallera abierta
de par en par
y el color a juego
con mi sonrisa
desvanecida.
Reprimo la vida
y reivindico mi izquierdo,
que para los demás es su derecho.
Que yo lo que quiero
es ser infeliz
y pequeña
como este bolso.
Que si hay dolor,
entonces,
escribo.
jueves, 10 de mayo de 2018
Vegas, Cernuda y Schopenhauer
Casualidades, como un mensaje que alguien me envía secretamente, un enmascarado que me recuerda lo que ya sé, lo que reprimo para poder seguir ilusionándome. Una señal. Primero, Nacho Vegas hablando del amor y de los erizos. Y yo preguntándome ¿qué pasa con los erizos? Así es que investigo. Y los versos me llevan a Cernuda, y de ahí a Schopenhauer. El ilustre filósofo me responde:
“Para defenderse del frío invernal, los erizos decidieron juntarse los unos a los otros para calentarse con su propio calor animal, pero, al acercarse, se pincharon y entonces se alejaron nuevamente; al alejarse, tuvieron de nuevo frío y se volvieron a acercar para calentarse, pero se pincharon nuevamente y, una vez más, se alejaron, buscando alternativas para protegerse del frío y de las picaduras. Todo esto hasta que, después de varios intentos, los erizos encontraron la distancia adecuada que les permitía no pincharse, sino calentarse, es decir, protegerse al mismo tiempo del frío y de la picadura”.
Y Luis, con su lírica, continúa:
“Como los erizos, ya sabéis, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos. ¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis”.
sábado, 21 de abril de 2018
"Stanislavsky", Nacho Vegas
"Viviré y moriré mil veces bajo estas luces
como un ser en rebelión que contiene multitudes.
Busco el dolor en mí, no, no a mí en el dolor
y empiezo preguntándome cómo, cuándo, dónde y por qué
siento aquí una herida que es mayor,
pero que se ha de volver menor.
Lo haga bien o lo haga mal,
ahórrense la ovación.
He prometido la verdad
y me descubro como actor.
Y trato de atisbar el mal,
mi alma espera una señal
que llega a la noche
y se clava agujas de coser
hasta el fondo una, y otra, y otra vez".
como un ser en rebelión que contiene multitudes.
Busco el dolor en mí, no, no a mí en el dolor
y empiezo preguntándome cómo, cuándo, dónde y por qué
siento aquí una herida que es mayor,
pero que se ha de volver menor.
Lo haga bien o lo haga mal,
ahórrense la ovación.
He prometido la verdad
y me descubro como actor.
Y trato de atisbar el mal,
mi alma espera una señal
que llega a la noche
y se clava agujas de coser
hasta el fondo una, y otra, y otra vez".
miércoles, 18 de abril de 2018
Juntos para siempre
Para el matrimonio de ancianos de la sala de espera del dentista de la calle Periodista Azzati de Valencia, sobraban las palabras. Como cada mañana desde hacía medio siglo, se habían despertado juntos, vestido juntos, desayunado juntos mientras él leía el periódico, caminado juntos a algún lugar. Los diálogos de antaño quedaron amordazados por los pensamientos privados, un lenguaje silencioso exigido por la costumbre cansada. Así guardaba cada uno para sí la intimidad de sus últimos soplos. Pero los unía una promesa que dominaba su mundo. Estos dos perros fieles se querrían –como un recuerdo y sin preguntas– hasta que la muerte los separase.
miércoles, 4 de abril de 2018
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